ENTRE LOS AÑOS 73 Y 71 A.C., LA REPÚBLICA ROMANA TEMBLÓ ante la revuelta de unos miles de hombres y mujeres en pie de guerra resueltos a luchar y morir por su libertad. La rebelión, que agrupaba una variopinta amalgama de desheredados, fue encabezada por un gladiador tracio de nombre Espartaco. Al mando de una tropa irregular que fue creciendo hasta llegar a convertirse en un auténtico ejército, Espartaco puso en jaque a las fuerzas que representaban el yugo que los sojuzgaba. Pero la insurrección acabó de manera trágica: derrotados por los romanos en la decisiva batalla del río Silario, los 6.000 rebeldes que sobrevivieron fueron crucificados en la vía Apia por orden de Craso, el general que los había vencido.